octubre 18, 2009

Dolor lumbar

Cada vez que los comerciales interrumpen la película le hormiguean los pies y se revuleve entre las sábanas desesperado. No es por interés cinematográfico: son unas putas ganas de tirarse de la cama sin meter las manos, de azotar en el suelo duro y frío una cabeza que no deja de darle vueltas al asunto, de llorar un poco. Si pudiera hacerlo, la imagen sería poética y patética: la camara se sitúa en una esquina del dormitorio a ras de piso y enfoca en primer plano su cabeza que suelta por fin una lágrima; al fondo, la pantalla muestra la secuencia de una linda asiática feliz entre flores y destellos donde todo es levedad. Flower by Kenzo.

Pero no azota ni logra concluir sus pensamientos. Para bien o para mal, duran poco los anuncios en la televisión pagada y agradece su propia capacidad de receptor porque adentrarse en cada escena le resulta fácil. Mientras no interrumpen nuevamente los comerciales, su mente descansa porque él mismo ya no es él sino Jason Bourne. Entonces la lágrima que no logró salir va a dar al riñón y se acumula.

Por la mañana lo despiertan las revoluciones en su cabeza. Apaga la televisión porque odia los noticieros.