Pies de pato
Hay una mujer sentada frente a mí que me molesta: lleva dos días nublando mi vista, obligándome casi a escribirle a ciegas o con una mirada de catalejo que tiene más alcance pero muy poco campo. Viene aquí, se instala con una supuesta inocencia, con sonrisa para todos y finge no saber. No saberse. Así que inevitablemente le escribo, o mejor dicho, me escribo sobre ella. Pero así como mi visión, también nubla mis ideas y sólo atino a darle vueltas a lo mismo: hay momentos en que resulta molesta la belleza.
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