diciembre 26, 2008

La oficina de control vehicular

es, por suerte, un lugar muy frío: el ambiente tranquiliza tu metabolismo y aguantas más tiempo de trámites. Para dar de baja un auto primero haces el cambio de propietario (la baja la tiene que hacer el dueño, suena lógico aunque resulta un trámite de sobra si la factura va endosada, llevas carta poder y si el nuevo dueño sólo lo será por unos minutos). Una vez hecho el cambio te imprimen en plástico una nueva tarjeta de circulación, muy bien hecha y elegante, de un material resistente y no como las de antes que tenías que enmicar. Esa tarjeta te la entrega un señor, caminas seis pasos y se la das a la señora que te hizo el trámite para que la ponga junto con los otros papeles... pronto será destruida porque estás ahora dando de baja las placas de esa tarjeta, habrá vivido unos minutos. El gasto te sorprende, es un desperdicio de material y de impresora. A cuatro metros de ahí la fila de las licencias está vacía y un letrero explica: "suspendido el trámite de licencias por falta de impresora hasta nuevo aviso". Las dos encargadas de la atención de esa área platican entre sí tras el mostrador.

diciembre 19, 2008

invernal

un tulipán ha nacido en la maceta
ha renacido pues
asomó las narices que
son varios nabitos que han sacado tallo
(ni regarlo siquiera
nomás no lo toques)

son varios los tiempos para volver al mundo
para asomarse
para gritar un nombre o
susurrar un cantito

el tulipán por costumbre
al terminar el invierno
vuelve a la tierra
otro ratito nomás
pero no muere

diciembre 14, 2008

Gula en tres tiempos

Está, por ejemplo, el caso del niño que entraba al cine para comer sin importar la película o la hora. Todos sabemos que las mejores palomitas son las que se disfrutan viendo Star Wars. Bueno, el niño creció, se volvió astuto y carga con una bolsa vacía porque sabe que las rellenan. Ni entra a la sala: recarga su bolsa y se va; tiene un plan de rotación entre las salas de la zona para no ser descubierto; sonríe cada vez; pero extraña la mezcla salada-dulce de unas palomitas con el arranque del De Lorean; come por nostalgia realmente.

*

Realmente mi desordenado y excesivo apetito musical tiene su origen en la envidia, porque no soportaba que algunos amigos tuvieran más discos que yo. Me convencí por vanidad cuando las chicas me miraban aleladas ante mi gran discoteca. Pero empecé a disfrutarlo en la soledad y a obsesionarme. Cambié los cedés por un disco duro primero, un iPod después, todas las mañanas sincronizaba las descargas de la noche y el reproductor comenzó a engordar y yo también porque dejé de salir a la calle para bajar más canciones. Desde que no me cierran los pantalones visto con bata de baño y como nadie me visita todo me da igual, he perdido el criterio (salto de Los Utrera a Alizé). Han dejado de saciarme las playlist por género, ahora uso el shuffle: “Al cabo —me digo— todo va a revolverse en mi cabeza”. Comienza sonando una guitarra y yo salivo pero como el disco duro ha excedido su límite se traba la canción, me cuesta trabajo respirar si no se reanuda pronto con la batería o la soprano o el synthe y cuando de plano el iPod se pasma aprovecho para digerir mientras lo veo: pantalla sudada, a reventar, obeso.

*

Obeso como era, igual conquistaba a las mujeres. Y en verdad lo merecía: para conquistar a una víctima la cortejaba tanto que, eventualmente, ella accedía a cualquier petición. Pero él entonces se conducía lento y formal pues lo que más saboreaba eran los dedos de novia en las lunas de miel.

Esta serie de microcuentos que escribí salió publicada hace unos días en el número de diciembre de la revista
Picnic.

diciembre 09, 2008

Limpiaparabrisas

En algún momento la cosa se volvío un juego de postergaciones y absorciones. Hay una marea unidireccional, un río, una vía que nos lleva y nos absorbe. Y vamos dejando cosas de ladito, como un limpiaparabrisas que posterga pero no olvida. Se acumulan pensamientos, vacaciones, tareas, besos, ejercicios, bebidas, juegos, talachas, llamadas, lecturas... se acumulan al lado de nuestro parabrisas como puntos de granizo. En qué momento el cristal se rompe por el peso acumulado. O mejor aún, en qué momento uno estira la mano y detiene los limpiadores, frena y sale a disfrutar de la tormenta.