Supe que esto iba mal desde el principio, desde que comenzaron con las repeticiones instantáneas en las pantallas de los estadios. Disposiciones de la FIFA para favorecer a las refresqueras, pero argumentando una mayor diversión para los espectadores.
El gremio arbitral se quejó: un mejor sueldo los silenció fácil; los cronistas y aficionados más románticos se quejaron: tildarlos de conservadores, retrógradas, rancios, los calló rápidamente; los jugadores, como siempre, nos quedamos callados.
Pero para las refresqueras no fue suficiente negocio tener más cortinillas para anunciarse. Pronto los partidos se alargaron, cada vez que algo merecía una repetición se detenían las acciones. Y cuando eso no fue suficiente llegamos a lo de hoy: todos los jugadores estamos obligados a repetir las jugadas memorables, dudosas, polémicas o cómicas. Se nos exige un alto grado de destreza y una memoria fotográfica, mas no criterio. Si el público aclama nosotros repetimos la jugada, la volvemos a jugar; ya alguna vez un lesionado se levantó del pasto para volver a recibir la falta; a otro le limpiaron la sangre para lograr una repetición de calidad.
Nos notamos nerviosos en la cancha, preocupados por retener cada detalle de cada jugada por si hay que ejecutarla varias veces. Y casi me da rabia, pero también orgullo, aceptar que hoy yo pasé a la historia como el primer jugador expulsado por negarse a repetir una acción. Ya lo había hecho muchas veces antes, repetir el teatrito, fingir una sonrisa, un grito, la sorpresa de un gol o de un pase perfecto, pero nunca (que resuene por siempre este nunca) me pidan otra vez que repita un autogol. Lo hice una vez con la tristeza y la humillación a flor de piel; lo hice la segunda con lágrimas en los ojos; a la tercera me negué. Prefiero la roja, las regaderas.
Marzo 2005
Me encontré este textito, sobre el que Laia comentó (en ese entonces) que era de lo peorcito que yo había escrito. Con suerte ya tengo muchas cosas peores.
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