A Lisanti
Esperar lo que ya pasó. Extrañar lo que nunca fue. Supongo que se parecen mucho estos dos sentimientos que confunden algo tan irreductible como el tiempo que todo lo oxida, que todo lo germina.
Supongo que nos acostumbramos a estas cosas que pasan y nos dan vida; la costumbre se vuelve a veces ley –como la gravedad– pero no es más que una cuestión de ubicación –como la gravedad–. Y luego venimos a querer doblar el tiempo a nuestro antojo esperando que vuelvan las costumbres, cuando están hechas para mantenerse unos pasitos atrás nuestro.
Supongo también que no nos acostumbramos a que ciertas cosas nunca pasen; las carencias se vuelven deseos tan fuertes a veces, que comenzamos a desear como quien extraña, con la certeza del que ya tuvo algo. Puedo, por ejemplo, extrañar unos labios que nunca besé como si ya lo hubiera hecho.
Todo es entonces una cuestión de tiempo. De entender cómo avanza y de estirarlo a veces para, mejor, esperar lo que viene.
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