saltan colores
no logran combinarse
con tanto ruido
marzo 17, 2011
marzo 03, 2011
Cruzando cualquier avenida de la Ciudad de México
es fácil que me aturda el bocinazo de algún conductor enojado, con prisa o automáticamente agresivo. A ti te pasa igual, te pitan a cada rato. Y al auto de enfrente le pasa lo mismo y al ciclista y al camionero y al taxista…
Platicando en cualquier reunión sobre algún tema que implique cierta polémica –por ejemplo el reciente caso de Aristegui, el chiste Top Gear, el caso Canez, la supervía, la nueva línea del metrobús, el supuesto alcoholismo de tu presidente– es fácil recibir un bocinazo igual o más ofensivo que el del párrafo anterior.
En varias de las reuniones con mis compañeros de trabajo –muchos de los cuales son mis amigos también–, entre nosotros o con agentes externos, el bocinazo ha llegado a convertirse en argumento. Y entre los profesionales de la argumentación y la comunicación pasa lo mismo. Basta, como ejemplo, un vistazo a Tercer grado –programa de Televisa que se supone a sí mismo plural– para entender a qué me refiero con esto de la lógica del bocinazo. Me refiero a dos elementos que han generado una polarización de las ideas y han esterilizado las discusiones: el prejuicio y la lógica binaria.
El primero es un tema ya trillado; ante la apabullante cantidad de información, de propaganda y de publicidad, tomamos partido y nos volvemos feligreses de ideas fácilmente etiquetables, elegimos esquina y desde ahí lanzamos golpes al adversario. Con gran fidelidad a (un comunicador, a un líder de opinión, a un grupo político, a una figura religiosa o a) cualquier bolla que nos permita no hundirnos en esta tempestad de supuesta información, vamos por ahí prejuzgando, prejuiciando y tratando de convencer al otro de que yo tengo razón; la verdad no es ya un horizonte en las discusiones sino un punto de partida del cual parto, obviamente, yo. Y la discusión misma no es ya un camino que recorrer juntos, sino una carrera que va de mi verdad a tu aceptación. Llevo prisa, tú eres un pendejo por estar con tu auto entre el mío y el semáforo que justo ahora cambia al verde, claxon, no hay más.
El segundo, la lógica binaria, es algo que permea nuestra mente desde hace ya un rato. La misma ciencia genética se ha visto transformada por ello, pero ahora me refiero a un uno y un cero, on/off, blanco versus negro, bien contra mal. El triunfo de la moral occidental gracias al triunfo del bit y viceversa. La bocina, como el bit, no tiene medias tintas. Y parece ser que ahora, las opiniones no pueden permitirse los matices de gris. Conciliación, tolerancia, indefinidción, duda reflexiva… son cosas que la lógica binaria no acepta porque responden a un sistema mucho más complejo que esta ideología de superheroes a la que estamos acostumbrados: o eres bueno o eres malo: o pones la otra mejilla o mereces ser destruido: o me chingas o te chingo: o me cedes el paso o te pito –no un pip, sino una mentada de madre monotonal, agresiva e irrisoria en sí misma–.
Si el monitor ha sido capaz de generar millones de colores a partir de ceros y unos, si el camionero puede tener un claxon que toque La cucaracha o la Lambada. Quizá todo tenga remedio. Por eso insito: dudar de los matices confunde un poco al simplificar.
Platicando en cualquier reunión sobre algún tema que implique cierta polémica –por ejemplo el reciente caso de Aristegui, el chiste Top Gear, el caso Canez, la supervía, la nueva línea del metrobús, el supuesto alcoholismo de tu presidente– es fácil recibir un bocinazo igual o más ofensivo que el del párrafo anterior.
En varias de las reuniones con mis compañeros de trabajo –muchos de los cuales son mis amigos también–, entre nosotros o con agentes externos, el bocinazo ha llegado a convertirse en argumento. Y entre los profesionales de la argumentación y la comunicación pasa lo mismo. Basta, como ejemplo, un vistazo a Tercer grado –programa de Televisa que se supone a sí mismo plural– para entender a qué me refiero con esto de la lógica del bocinazo. Me refiero a dos elementos que han generado una polarización de las ideas y han esterilizado las discusiones: el prejuicio y la lógica binaria.
El primero es un tema ya trillado; ante la apabullante cantidad de información, de propaganda y de publicidad, tomamos partido y nos volvemos feligreses de ideas fácilmente etiquetables, elegimos esquina y desde ahí lanzamos golpes al adversario. Con gran fidelidad a (un comunicador, a un líder de opinión, a un grupo político, a una figura religiosa o a) cualquier bolla que nos permita no hundirnos en esta tempestad de supuesta información, vamos por ahí prejuzgando, prejuiciando y tratando de convencer al otro de que yo tengo razón; la verdad no es ya un horizonte en las discusiones sino un punto de partida del cual parto, obviamente, yo. Y la discusión misma no es ya un camino que recorrer juntos, sino una carrera que va de mi verdad a tu aceptación. Llevo prisa, tú eres un pendejo por estar con tu auto entre el mío y el semáforo que justo ahora cambia al verde, claxon, no hay más.
El segundo, la lógica binaria, es algo que permea nuestra mente desde hace ya un rato. La misma ciencia genética se ha visto transformada por ello, pero ahora me refiero a un uno y un cero, on/off, blanco versus negro, bien contra mal. El triunfo de la moral occidental gracias al triunfo del bit y viceversa. La bocina, como el bit, no tiene medias tintas. Y parece ser que ahora, las opiniones no pueden permitirse los matices de gris. Conciliación, tolerancia, indefinidción, duda reflexiva… son cosas que la lógica binaria no acepta porque responden a un sistema mucho más complejo que esta ideología de superheroes a la que estamos acostumbrados: o eres bueno o eres malo: o pones la otra mejilla o mereces ser destruido: o me chingas o te chingo: o me cedes el paso o te pito –no un pip, sino una mentada de madre monotonal, agresiva e irrisoria en sí misma–.
Si el monitor ha sido capaz de generar millones de colores a partir de ceros y unos, si el camionero puede tener un claxon que toque La cucaracha o la Lambada. Quizá todo tenga remedio. Por eso insito: dudar de los matices confunde un poco al simplificar.
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