Supongo que la piedra en el zapato nos invita a que, mediante las periódicas sacudidas y la constante molestia, recordemos que es nuestro el pie que nos lleva. Supongo que el zapato, mediante la constante protección, es el causante de que olvidemos que es nuestro el pie que nos lleva. Supongo que nuestro pie que nos lleva nos invita, mediante los periódicos cambios piso-aire-piso y el constante movimiento, a despreciar los zapatos a cierta hora y a encontrar a veces el alivio en las piedras. Y supongo también que nosotros somos, a lo mucho, los invitados a la conversación que se da entre la piedra, el zapato y el pie; escuchando desde arriba somos arrastrados sin saber a dónde.
1 comentario:
mmm! yo he tenido esa sensación de sonámbulo, de usar los tenis y no sentir más los pies, sólo repetir el movimiento mecánico de caminar y es entonces cuando me los quito. Andando descalso por la vida todo se siente mejor! nada como el frío de la losa, lo raspozo del cemento, el quemor de la arena! la frescura de la hierva! fuera tenis! también recomiendo tirar el paraguas de vez en cuando y sentir la lluvia en la cara... no en el D.F. no vaya a ser q queme...
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