Los pedales se oxidan y se caen. Ahí va uno rodando sobre el asfalto y un señor amaga con recogerlo, pero parece que el traje no lo permite. Regreso, lo tomo y de cojito vuelvo a casa a guardar la bicicleta.
Uno supondría que las cosas se oxidan por falta de uso o por exceso de agua. Pero los pedales se han usado mucho últimamente y no les ha llovido (una leve chispeadita hace 2 días, nada importante) así que supongo que el óxido es otra de esas cosas caprichosas que se dan de pronto.
Supongamos pues, que un día el capricho me oxida y caigo, cual pedal de bicicleta, en plena calle. O supongamos mejor que me oxido en esta misma silla, con un índice en la efe y el otro en la jota. No vayamos, por favor, a suponer que me oxido incompleto (sólo un huevo o un hombro o mi rodilla que ahí va), imaginemos una atrofia general y definitiva que me reduzca.
Me pregunto si ese día me pasará lo mismo que al pedal que todavía traigo en la mochila completamente olvidado hasta este preciso momento en que, adrede, traté de recordarlo. Supongo que el olvido sería sólo uno de los posibles destinos, ni el más ni el menos afortunado.
1 comentario:
Supongamos que un rayo cae junto a nosotros y enciende lo que el olvido apagó, todo lo que quedó detras de la memoria pragmática o del sistema, todo lo que está debajo del reflejo del espejo de agua, las monedas y lama.
Supongamos también que ese rayo produce el despertar de aquello que nos da vida más allá de lo cotidiano y trea consigo... la inmortalidad digamos, como de la que hablaba Beethoven...
Supongamos también que
...pero de eso hablaron ya los alemanes hace más de doscientos años...
.. y me borraste de tu blog.
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